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LA POLÉMICA DE LA SEMANA

29/08/2023 OPINIÓN


¿Qué va antes? ¿El derecho de un cocinero a definir su propuesta como le venga en gana o el del comensal cliente a decidir qué come y bebé cuando va cualquier restaurante?






Albert Molins - Periodista



A veces uno no tiene más remedio que enfrentarse a sus propias contradicciones. Aquí he defendido en más de una ocasión que alguien que regenta un restaurante o un bar no tiene la obligación de estar dispuesto a satisfacer hasta el último de nuestros caprichos. Aunque a nosotros nos pueda parecer de lo más razonable, en ningún lado está escrito -ni siquiera en las normas básicas de la cortesía- que un hostelero deba tener toda y cada una de las leches vegetales que existen, disponer de wifi gratis para los clientes, estar dispuesto a permitir que alguien ocupe una mesa en un bar durante horas a cambio de un café u ofrecer una cantidad apreciable, en su carta, de alternativas para los que no comen carne, por poner algunos ejemplos.


Del mismo modo, a los clientes nos asiste el derecho de pasar de su colita y no ir a ese local que creemos que no nos trata con la suficiente consideración o cuya oferta no nos convence. Ajustándose unos y otros a estos parámetros, la relación restaurador cliente debería ser suave como el “culo de un bebé”. Pero, las cosas nunca son tan fáciles y a veces el bebé se caga.


El otro día, leí que un restaurante -nada más y nada menos- había comunicado su intención de dejar de servir alcohol a los seis clientes a los que atenderá en un único servicio diario, y que se tendrán que conformar con acompañar el menú de 150 euros -que hay que pagar por adelantado- con agua o té. Este establecimiento, que según anuncia en su web, tampoco es apto para celíacos, ni dispone de opciones vegetarianas, ahora tampoco es un buen sitio para los que les gusta beber vino para acompañar la comida. Y deduzco que tampoco se va a permitir que se lo traigan de casa, aquello conocido como descorche.


De entrada, hay que reconocer el valor de tomar una decisión como esta.


Así que me vi a mí mismo tratando de responder a la pregunta de si yo iría a un restaurante en el que no pudiera abrir una botella de vino, que es una pregunta muy distinta de a si me parece bien que un restaurante decida prescindir de las bebidas alcohólicas en su carta. Lo digo porque se puede responder a la primera no y a la segunda sí, y seguir tan ricamente cada cual, con su vida, el restaurante y yo.


Curiosamente o no tan curiosamente, la mayoría de reacciones que he observado estos días al respecto de la decisión del propietario del restaurantes, han estado más centradas en responder primero a la segunda de las preguntas que les planteaba con evidente enfado y negándole la posibilidad a Jiménez de hacer lo que le dé la puta gana con su negocio. Como consecuencia, la respuesta a la primera pregunta era, como se pueden imaginar, proclamar abiertamente su decisión de no pisar jamás ese lugar donde no se tenía en cuenta al cliente. Pero una cosa era consecuencia de la otra, en ningún caso se trataba, como creo que son, de cosas distintas: por un lado, lo que ofrece un restaurante, del otro lo que nos gusta cuando vamos a comer a un restaurante. Si no tienen leche de avena y tú quieres leche de avena con tu café con leche, pues no vayas. Si no te sirven vino con el sushi y tú quieres champagne con el sushi, pues busca un lugar donde puedas beber champagne con el sushi. Solo el tiempo dirá, si desde el punto de vista del negocio la decisión de no servir alcohol es acertada o no.


Otra cosa muy graciosa con todo esto es que se le achaca al dueño, el arrogarse con el poder de decidir si podemos beber o no. Se apela, entonces, a que el cliente cuando va a un restaurante debe tener el poder de decidir qué come y, por supuesto, qué bebe. Que no tiene que venir ningún sonso a decidir por nosotros si bebemos o no, y cuánto y cómo.


No voy a entrar en las razones de Jiménez, porque aunque a mi esa apelación a la espiritualidad de su propuesta y sobre como el alcohol la podría llegar a distorsionar me puedan parecer una castaña, yo sí creo que está en todo su derecho de hacer lo que le venga en gana en su casa. Pero no es menos cierto que aquellos que apelan al poder de decisión del comensal como algo que está por encima del poder del cocinero para decidir qué se come y bebe en su restaurante son los mismos que llevan casi tres décadas zampándose menús degustación y haciendo maridajes en los que no deciden una mierda. Así que ahora no me vengan con historias.


A mi me costará ir a este local gastronómico. En primer lugar, porque vivo lejos del establecimiento y en segundo lugar porque a solo seis clientes y un único servicio diario encontrar una plaza en su barra será más que complicado. Pero sobre todo, porque creo que ustedes se flipan mucho con la gastronomía japonesa, el sushi, el pescado crudo… Un rollo que a mi no me interesa demasiado. Pero miren, si alguien me pregunta ahora mismo por un japo al que me gustaría ir, seguramente diría este. Ni que sea por joderles hasta el final.


Esto ha sido todo.


Fuente: BON VIVEUR LA VANGUARDIA


*Albert Molins Renter es Periodista Lleva más de 25 años trabajando en el periódico La Vanguardia. Es jefe de la sección de Sociedad, desde 2020. Entre ellas la gastronomía, el turismo, la tecnología de consumo o las redes sociales.


(el restaurante al cual se refiere en la nota es KIROSUSHI de Logroño España https://kirosushi.es/ )






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