DE PINTXOS O TODO O NADA
- Ana Paola Hórnez Rivera
- 15 sept
- 2 Min. de lectura
GastroTOUR SCZgm 15/09/25

La avanzadilla de la Academia Boliviana de Gastronomía a la Feria Gastronómica de ALICANTE ya está en marcha.
Acaba de aterrizar en Pamplona y, cómo no, nos hemos dejado seducir por los famosos pintxos y potes de la capital navarra, llenos de tradición, sabor, alegría y punto de lanza de la mezcolanza de la gastronomía de “pruébalo todo”, donde de a poco podés degustar un mucho.

No hay parangón para cenar e ir de bar en bar, de tasca en tasca y pedir su caña o pote de rosado y el tradicional pintxo o tapa. Una cosa única, y no entiendo cómo en otros países esta costumbre no existe... en fin, temas culturales.

Así que, ni corto ni perezoso, le propuse a un joven estudiante de Puerto Rico que me acompañara a visitar aquellos bares que quedaban en mi materia gris de aquellos años del que escribe cuando estaba en la Universidad de Navarra.
La verdad, muchos de ellos ya habían cerrado o cambiado de nombre y dueño. No pude acercarme a “Juanito”, en la calle de la Estafeta, donde el pintxo o tapa de callos era el rey y siempre acompañado de dos deditos de vino.

Y es más: nuestro gozo en un pozo al ir al que está considerado el mejor bar de pintxos de Pamplona, con estrella Michelin y Soles de Repsol desde 1968: “El Gaucho”... ya saben, el martes cerrado.
Así que, de la plaza del Castillo hacia la calle que va a la Catedral, te internas en la plaza de Cordovillas y ahí estaba, seguía de pie y presente, “La Mejillonera”, con un toque remodelado, pero con sus sutilezas marineras.

Este lugar es la meta de las papas bravas y, como vimos también, por aquello de “que unos pican y otros no”, nos lanzamos a los pimientos de padrón... realmente buenísimos, acompañados del tradicional clarete.

No nos atrevimos con los mejillones, pues vi que no salían directamente de la cocina, sino que los platos de mejillones se amontonaban dentro de cámaras de frío y no me dio buena espina. Eso sí, los que los degustaban, con su tradicional salsa, la concha al suelo, a la canal de los desperdicios debajo de la barra.
De allí fuimos a rezar el rosario a San Nicolás –25 bares en 200 metros– como el “Marrano”, el “OtanO”, el “Museo”, el “Ulzama”, el “Río”... etc. (llámese así esta alegoría a lo que hacíamos de jóvenes estudiantes: entrar en todos los bares de esta Calle del Santo de Bari). Pintxo tras pintxo, pote y rosadita, caña o tintito, una tras otra caían las “avemarías gastronómicas”.

Pero uno ya no está para estos trotes; por tanto, me llamó la atención un local que no conocía y que no estaba en mi época de mozo, que se llama la CROQUETERÍA.

Ni pensarlo dos veces: fanático soy del bollo acroquetado en toda forma y sabor. Por tanto, allí parada y fonda, y cayeron en nuestras fauces 4 estupendas croquetas, cada cual más buena: de setas, queso, jamón y carrillera. Otro clarete y bajamos persiana y a casa, más felices que unas Pascuas. Y Juan Pi, el boricua de Puerto Rico, se olvidó del plátano machacado, ícono de la gastronomía puertorriqueña que se llama el mofongo.
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