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CRITICAR AL CRITICO



por Borja Ubach Cortés




OPINION /SCZgm / OPI/9 de diciembre de 2022


Parafraseando la nota de “CRITICA AL CRITICO” escrita por Marcelo Cicali en el entorno Chileno, que acabo de leer en Siete Caníbales y me sumo a esta sentencia de Antón Ego “La vida de un crítico es sencilla en muchos aspectos. Arriesgamos poco y tenemos poder sobre aquellos que ofrecen su trabajo y su servicio a nuestro juicio. Prosperamos con las críticas negativas, divertidas de escribir y de leer”.

Hay días que leo a algunos críticos y le encuentro mucha razón a este párrafo de la hermosa película Ratatouille. En algunos casos, la crítica gastronómica ha devenido en un triste reflejo del oficio que se practicaba con pasión y lucidez hasta hace algunos años.

Hay cronistas gastronómicos que hacen muy bien su trabajo, pero en la actualidad se ven opacados por algunas plumas sonsas que, que no sé por qué razón, sigue acumulando hiel y una rabia incompresible contra la gastronomía actual.

Algo pasa en la crítica que no es capaz de aceptar los cambios evidentes en el gusto nacional, la irrupción de nuevas generaciones con otros modos y formas de hacer las cosas, o esa suerte de sincretismo que permea Bolivia, Latinoamérica y al mundo entero, y que no sólo se manifiesta en la gastronomía sino en cualquier expresión cultural.

El panorama de nuestros días merece otra escritura más colaborativa, refrescante y dinámica, pero no menos aguda. Que dé cuenta de ese sincretismo, aunque sea para los platos de autor, carnes, brasas, arrollados, majaos y toda su fauna de arroces, ceviches y sushis, arepas o kebabs.

Estamos viviendo un momento muy especial en la gastronomía en nuestro país. Los que lograron sobrevivir al estallido de las dictaduras de derecha, al omnipresente “masismo” y a la pandemia que vino después, están saliendo a flote y se oxigenan cada vez más, pues tienen el cuero muy curtido.

Creo que parte de la rabia hacia el comensal, expresada muchas veces por el crítico, tiene que ver con el comportamiento de este frívolo nuevo comensal, en el que también se incluyen los bloggers, influencers, foodies, embajadores, instagramers, tiktokers y toda esa fauna nueva que se instaló en los comedores para fotografiar y subir a redes sociales la comida, más que para comerla y disfrutarla, que viene a ser el fin último de cualquier platillo cocinado y servido con honestidad. Puede que no nos gusten a muchos, son diferentes y hay que llegar a entenderlos, si bien no comparto con ellos que están muy lejos de los fundamentos del periodismo de toda la vida.

A diario leemos o escuchamos en los medios sobre el último restaurant inaugurado en el barrio más acomodado, y del que más seguidores tiene, el músico que más reproducciones acumula en las plataformas o la película que la rompe en el streaming. Todo eso es parte de una construcción ficticia, dominada por algoritmos manejados por expertos que poco saben de comida, música o cine. Pero la realidad no se puede quedar en el on line, que no tiene papilas gustativas. Para llegar a la objetividad del crítico se necesita de veracidad, credibilidad y sensibilidad y esto solo lo puede dar el estudio, la investigación, la formación y el contraste y no lo “figuretti” que tarde o temprano se deshace como un azucarillo. Es bueno criticar al crítico, pero no se confunda de crítico de estos advenedizos que están on line y nunca mejor dicho se venden por un plato de lentejas.

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