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  • hace 5 días
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OPINIÓN SCZgm 18/11/2025


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por Juan M. Marqués Perales




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Pasada la media mañana, a la hora en la que se supone que el Papa ya permite beber con su ejemplo, Armando nos ofreció una copa de una botella de color negro que depositó sobre una mesa llena de amigos como el que se desprende de una compleja herramienta que no atina a calibrar. ¿Y este vino? Admiración.


"No sé, yo no entiendo de vinos", confesó el anfitrión, que nos adelantó que la botella llevaba abierta varias semanas en la nevera. Si no se había estropeado, se debía a que era un amontillado jerezano de unos 18 años de envejecimiento medio, al que se había añadido un poco, pero sólo un poco, de Pedro Ximénez para darle el regusto dulzón. Un amontillado abocado. Un doble aplauso, a pesar de la precaución inicial de los comensales a valorar la copa y a meterse en camisa de once varas en un asunto tan complicado como este.


La caída del consumo de vino es una tendencia mundial. El consumidor de vino es tan variado como el propio producto, hay quien lo bebe sin más pretensiones que consumir una bebida alcohólica que sepa bien y no altere la vida diaria y, en el otro extremo, hay sibaritas expertos que se desplazan cientos de kilómetros para descorchar un tinto de un terruño del que ha leído una interesante reseña en una revista de domingo. Hay quien bebe PINGÜINO con algo de soda en el almuerzo y quien paga para asistir a una cata que se vende a seis dólares la copa de jerez.


Entre ambos extremos hay una extensa variedad de grises, pero son los consumidores más sencillos los que se han ido descolgando del vino y, en especial, los más jóvenes, que ni siquiera llegaron a entrar en la ronda. Con las empresas ocurre lo mismo, hay grandes multinacionales que están bien financiadas y aguantan los vaivenes de los mercados, y pequeñas empresas, muchas familiares, que elaboran muy buenos vinos de proximidad y que, en muchas ocasiones, son las que han introducido las innovaciones en el sector.


Estas son las más frágiles, las que tienen que hacer frente tanto a la caída de las ventas como a otros problemas naturales, como el cambio climático, la falta de lluvias y la proliferación de algunas plagas.


Eric Asimov es el crítico de vinos del New York Times, lleva 30 años escribiendo sobre enología y gastronomía. Recientemente, ha publicado un artículo en el que realiza una propuesta al sector para salir del estancamiento de ventas. Algunas tienen su razón de ser sólo en Estados Unidos, como la necesidad de bajar los precios, pero otras lecturas son universales.


Una de ellas, por ejemplo, es la complejidad. Hay un sector del vino que se hizo snob hace unos 20 años, y sus enólogos dirigen catas hoy como si fueran profesores de universidad, nos hablan de crianzas biológicas, oxidativas, del componente glicérico y de la característica peculiar de un tipo raro de uva, de cómo la levadura que se utiliza consigue una transformación más eficiente del azúcar a la vez que nos cuentan que el roble americano no es tan preciado como el francés, aunque ellos utilizan uno portugués que ensamblan en una aldea gallega que está al borde del mar. ¡Y la fermentación maloláctica! ¿Cómo se atreven a ningunear a la maloláctica?


En definitiva, que hay muchos consumidores potenciales, como mi amigo Armando, que no es un ignorante, sino profesor, pero que se asoma al vino con precaución, con temor. Para entendidos.


Cuando pido queso en un restaurante o lo compro en una tienda, puedo recibir cierta explicación, pero nadie me informa sobre qué leche usaba el ganadero, cómo se llama la levadura utilizada, el tiempo de fermentación y si la maduración fue en bodega o al aire libre. Y si el queso es para la pasta o las pizzas, con la marca o el precio me vale.


El vino está destinado a proporcionar placer, alegría, fomenta la conversación entre amigos, acompaña al buen rato y ama la buena vida, no sólo sirve para dar formación intelectual al consumidor. El vino debería ser la chispa de la vida si Coca-Cola no hubiera inventado este eslogan hace unas cuantas décadas.


FUENTE El Conciso

 
 
 
  • 12 nov
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OPINIÓN SCZgm 12/11/2025


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Por Valentina Artieda (Nutricionista)




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La forma en que cocinamos no solo define el sabor de un plato, sino también su valor nutricional. Cada técnica —hervir, asar, saltear o fermentar— transforma los alimentos de maneras que pueden potenciar o disminuir sus beneficios.


Cocinar es, en cierto modo, una forma de hacer alquimia: con calor, tiempo y paciencia. Lo curioso es que, al incorporar la mano y la creatividad, podemos mejorar la absorción de los nutrientes, aumentar sus antioxidantes, destruir los antinutrientes o incluso generar compuestos nuevos que promueven la salud.


Por ejemplo, el licopeno del tomate es un potente antioxidante, pero solo aumenta su biodisponibilidad al calentarse. Por eso, una salsa casera o un tomate asado puede aportar más beneficios que uno crudo en una ensalada.


En cambio, la vitamina C de los vegetales es sensible al calor prolongado. Se evapora fácilmente. Se conserva mejor en preparaciones rápidas como salteados o cocciones al vapor, como por ejemplo los pimentones.


El ajo libera su compuesto activo, que se llama la alicina, solamente cuando se pica o se aplasta. Si se lo deja reposar unos minutos antes de cocinarlo, se conserva mejor su poder antiinflamatorio a la hora de comer. Al contrario, la espinaca contiene oxalatos que, si no se cocinan, no se absorbe el hierro presente en ella.


La moda de los prebióticos ha atacado también en el clásico arroz y papa. Se ha visto que, al enfriar las papas o el arroz ya cocido, parte de su almidón se transforma en almidón resistente, un tipo de fibra que favorece la microbiota intestinal y mejora la respuesta glucémica. Es decir, mientras más viejo esté el arroz, mejor digestión.


Incluso la forma de combinar alimentos importa: las grasas saludables del aceite de oliva o de la palta facilitan la absorción de las vitaminas liposolubles como la A, D, E y K presentes en las verduras. Por eso, una ensalada sin aceite no solo pierde sabor, también pierde potencial nutritivo.


La cocina moderna tiene el desafío de unir la técnica con la conciencia nutricional. No se trata solo de cocinar bien o de comer sano: se trata de entender cómo el proceso culinario puede convertir un plato sabroso en un aliado de la salud. Porque, en definitiva, nutrirnos también es un arte.

 
 
 
  • 22 oct
  • 2 Min. de lectura

OPINIÓN SCZgm 22/10/2025


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Por Ignacio MEDINA





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Hoy les traemos las opiniones de uno de los grandes de la crítica gastronómica del mundo, Ignacio Medina, exdirector de 7 Caníbales y uno de los periodistas gastronómicos más respetados, quien asevera que “Hoy se juega a figurar antes que a cocinar y rentabilizar un negocio”.


En esta columna, Ignacio Medina descubre el “chantaje” de los premios y agencias de información gastronómica: “Las grandes agencias de comunicación, en teoría, trabajan para los restaurantes, pero en realidad son las que mandan”.


Hoy se juega a figurar antes que a cocinar y rentabilizar un negocio. La lista de 50 Best en América Latina ha trastocado todo. Hay restaurantes que gastan 300.000 dólares al año en promoción. Hay dos grandes agencias que dirigen la imagen y los destinos de un gran número de restaurantes. Si quieres estar en la lista, tienes que contratar sus servicios. El destino de la información gastronómica (no lo llames periodismo) está en sus manos. Ellas deciden quién viaja a visitar qué restaurantes.


La participación en la lista representa un 30% añadido de clientes al año, pero si tú llenabas el restaurante de clientela local y ahora lo llenas de clientes internacionales, ¿eso responde a la calidad de tu cocina o a tu proyección?


El caso es que hoy cualquiera puede hacer una lista y todos se afanarán en publicar: “Estamos en el número tal”. Lo que no se plantea nadie es qué hay detrás de eso. Yo considero que Gastón Acurio ha hecho mucho más por la repercusión de las cocinas latinoamericanas que 50 Best. Y pienso que hay bases reales para su repercusión, sobre todo las despensas: la andina, la amazónica… A la cocina en sí aún le falta.


Vivimos una situación global de contrarrevolución culinaria. Hoy apenas hay cocineros interesados en la creatividad. La cocina ha dejado de ser algo que emocione para pasar a ser algo que debe generar muchos ingresos. Nunca ha habido restaurantes tan caros y con tan poco detrás de la oferta. Es importante que haya caviar, mariscos, trufa. No importa si está justificado, si aporta en el contexto, en la armonía o en las emociones que provoca el plato. La única emoción que interesa al cocinero es llamar la atención. La única emoción que interesa al cliente es sentirse privilegiado. Es la emoción del poder a través de la cocina, porque los precios están al alcance de cada vez menos gente.


 
 
 

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