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  • hace 2 días
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OPINIÓN 12/05/2025





Por Maricruz Cochamanidis, presidenta de la Academia Boliviana de Gastronomía





En el ámbito latinoamericano, la gastronomía boliviana es la gran desconocida, tan desconocida que nadie sabe que detrás de los grandes restaurantes mundiales están chefs bolivianos que dan lustre a las estrellas Michelin de muchos países, y ahí se queda la fama que no resalta en este país que es el corazón de Sudamérica, y bombea su sangre gastronómica hacia todos los rincones del planeta.


Son hechos y no palabras lo que respalda esta afirmación. A vuela pluma me viene a la cabeza un repóquer de ases de restaurantes y chefs, para descubrir que hombres y mujeres bolivianas han estado a la sombra de estas estrellas en todo el continente latinoamericano, en Europa y el Oriente, como “Les Créations de Narisawa”, El Bulli, Berasategui, A Fuego Fuerte, Ostería Francescana o Mirazur en la Costa Azul francesa.


En Tokyo, en el famoso Narisawa, primera estrella de Japón, estuvo el chef boliviano Franklin Gushi cuando recibió su primera estrella. Por la biblioteca de Ferrán y los fogones del Bulli se empapó de la más alta cocina la chef Camila Lechín; junto al oráculo de Martín Berasategui hizo sus primeros pasos la chef Nicol Wille. No me olvido de todo lo aprendido por el chef boliviano Shane Maughan de la mano de Massimo Bottura; o el chef boliviano Pablo Cassab, que estuvo con Mauro Colagreco, elegido últimamente como el mejor chef del mundo. Y sin ir más lejos, este año 2024 en “A Fuego Fuerte” de Buenos Aires, del chef propietario Julio Lunghi, alzaba la última estrella Michelin con el chef boliviano de origen tarijeño Leandro Farfán, actual jefe de cocina de este establecimiento porteño.


Algunos chefs se quedan en el tintero, como Marsia Taha, ganadora del Premio a la Mejor Chef Femenina de América Latina 2024; o todos los chefs que ya han plasmado su “VITOR” en el patio de la Academia Boliviana de Gastronomía. Desde los históricos como Markus Ruegg, Carlos Suárez o Gerard Germán, a los consolidados como Santos, Barbas, Márquez, Inés España, Baldivieso o Cristian Mora.


Si esto es así... ¿qué pasa con la gastronomía boliviana? ¿Por qué, además de la gran desconocida, es la Cenicienta? ¿De qué se esconde teniendo el mejor producto y la mejor gente?


Bolivia es un país pobre con gobiernos caudillistas y una población tímida. Espectacular en su geografía, con destinos considerados como los mejores lugares del mundo para visitar: el Salar de Uyuni, los Andes o cordillera Real, la pre-Amazonia del oriente boliviano y los valles con los viñedos más altos del mundo en Tarija, una tierra que da sistemas alimentarios de desarrollo sostenible (ODS), saludables y equitativos.


No se equivocaban cuando en Bolivia los exploradores españoles y portugueses situaban “El Dorado”, pero en realidad no era el oro el tesoro escondido, era algo más que el oro: era la materia prima para su alimentación.


No se trataba de diamantes, de quilates, de ríos de lava de oro… el verdadero tesoro estaba, desde hacía muchos siglos, en Bolivia, en los Andes y la pre-Amazonia oriental… eran sus alimentos, su caza, su pesca, su cocción y preparación… era, en definitiva, su alimentación… Este era y es “EL DORADO”.


Un “Dorado” que sigue escondido, pero que últimamente, paso a paso, día a día, se va descubriendo. Ya hemos escrito de sus gentes, los chefs. Ahora, a la gastronomía boliviana le falta lo que ya hace bastantes décadas hicieron países vecinos como Perú, Colombia, Argentina o Brasil: comenzar a trabajar en lo que es la deconstrucción de las recetas bolivianas y hacerlas más livianas, más atractivas, a la par que mejor combinadas, sin olvidarse de la tradición. De nada vale tener uno de los mejores platos del mundo, como la sopa de maní, y seguir cocinándola como antaño, sin el “aggiornamento” propio de una revolución gastronómica o “nouvelle cuisine boliviana” (nueva cocina boliviana), como han hecho los países vecinos y especialmente la gastronomía boliviana.


Bolivia tiene el mejor producto, los mejores profesionales, el mejor terroir y no está todavía en las grandes ligas, es verdad; pero ya queda muy poco para que este país dé el gran salto de calidad en la gastronomía internacional, donde empieza a sacar la cabeza de este ostracismo y puede brillar con luz propia en el universo gourmet que muchos ya están descubriendo.

  • 23 abr
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GastroTOUR 23-04-25



Este es el viaje cultural del tenedor que pasó de ser un símbolo de lujo a un artículo esencial. Desde su controvertido debut en las cortes bizantinas hasta convertirse en un accesorio esencial de la cocina moderna, este utensilio recorrió un camino que refleja cambios profundos en la cultura. 


La historia del tenedor como generador de polémica comenzó en el siglo XI. La princesa bizantina María Argyropoula causó un escándalo al usar un tenedor dorado en un banquete de bodas. Este acto provocó la desaprobación del clero veneciano, que vio en el utensilio una ofensa al orden divino.


La introducción del tenedor significó un cambio profundo en las costumbres alimentarias y de mesa, aunque no fue aceptado por todos.



Durante mucho tiempo, las culturas monoteístas condenaron el uso del tenedor al considerarlo innecesario y una amenaza al diseño divino de comer con las manos, propio de árabes, judíos, musulmanes y cristianos.


Algunos clérigos, además, tal como señala el medio, el utensilio evocaba el tridente del diablo, lo que avivó el rechazo asociando el tenedor con la vanidad y el exceso.


En la aristocracia europea, el tenedor se convirtió en símbolo de distinción y refinamiento.



Los mercaderes acaudalados y la élite utilizaron el tenedor como forma de reafirmar su posición social, diferenciándose de quienes continuaban usando las manos para alimentarse.


Esta adopción temprana generó resentimiento en el clero y la población general, quienes percibían el tenedor como una señal de arrogancia.


La expansión del tenedor en Europa se potenció gracias a figuras como Catalina de Médicis., Catalina no solo llevó la cocina italiana a Francia, sino también refinadas costumbres de etiqueta que incluían el uso del tenedor.


Su influencia legitimó y popularizó su uso entre la aristocracia francesa, transformándolo en un símbolo de elegancia y distinción.


A pesar del apoyo noble, el uso del tenedor enfrentó resistencia, especialmente en Inglaterra y los Estados Unidos, donde se lo consideraba un adorno innecesario y poco masculino. El tenedor se transformó en una barrera, un instrumento de exclusión que separaba a los privilegiados del resto.



Con el tiempo, el comercio extenso y la globalización durante los siglos XVII y XVIII facilitaron la adopción del tenedor en diversos círculos sociales. Para el siglo XIX, en gran parte de Europa y América, ya se consideraba al tenedor un elemento estándar en la mesa.



No obstante, a medida que su uso se expandía y la producción masiva lo hacía accesible, su imagen aristocrática comenzó a desaparecer.


Curiosamente, el protagonismo del tenedor observó un cambio inverso en tiempos recientes. Las tendencias culinarias modernas celebran nuevamente la interacción directa con la comida, llevando a redescubrir las conexiones íntimas que proporciona el comer con las manos.


Este regreso a prácticas alimentarias táctiles sugiere que, más allá de ser un simple utensilio, el tenedor influyó en la percepción y la experiencia del acto alimentario a través de los siglos.


El relato del tenedor ofrece una perspectiva única sobre las transformaciones culturales que definieron las prácticas alimentarias contemporáneas, mostrando cómo un simple objeto jugó un papel importante en las complejas dinámicas del poder, la inclusión social y las costumbres compartidas.

  • 11 abr
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GastroTRIVIAL 11-04-2025


Chufle macús, planta. Un alimento vegetal, exótico y salvaje. La planta Calathea macrosepala K. Schum. Flor comestible que se usa en gran cantidad de platos, es un término gastronómico para definir esta flor comestible. Es una inflorescencia de color verde que crece en una hierba silvestre.


Es una planta de la familia de las marantáceas, ya que existe una parecida al norte de América del Sur denominada (Calathea allouia). En cambio, esta es nativa de Centroamérica, específicamente de las regiones de El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá y México. Se da a alturas de 0 a 1,100 metros sobre el nivel del mar. Su flor es comestible y sirve para varios platillos de diferentes países.


Es alimento perfecto en las áreas rurales y urbanas de #Nuestro Guacalito de amor Cahabón, Alta Verapaz. Siendo un plato favorito de suculento sustento diario, se prepara en frijolitos, en caldo, en crema, fritos, guisado, en pepita, etcétera.


Características

Tiene un sabor a hierbas frescas, aroma ligero, color llamativo. Se puede usar para decorar platos.


Preparación:

Se pueden incluir enteros a la preparación

Se pueden cortar para hacer envueltos o con huevo revuelto

Se pueden preparar en sopas, con arroz o frijol blanco, entre otros

Se pueden preparar con un sofrito de tomate


Conservación

Se recomienda refrigerar y comer frescos para que luzcan un mejor color y sabor


Selección

Se recomienda seleccionar los chufles cuando están cerrados, firmes y sin manchas

La parte blanda es la comestible


Usos


En Guatemala son inflorescencias que se encuentran en los mercados y disfrutan de popularidad en la época lluviosa del año. Son alimento perfecto en las áreas rurales y urbanas.

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