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  • 29 nov 2023
  • 3 Min. de lectura

29/11/2023 OPINIÓN

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por Facundo Gagliano (Sommelier Internacional)





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¿Es lo mismo tomar un vino que degustarlo o catarlo? La respuesta es un rotundo NO, NO ES LO MISMO, y en esta oportunidad les voy a contar de eso. Muchas personas piensan o creen que para poder beber y disfrutar de "un buen vino" hay que ser un erudito en la materia, un conocedor ávido del brebaje de los dioses Dionisio y Baco, que se debe contar con la copa perfecta, los grados centígrados justos, sin hielo y mucho menos soda, ya que estarían matando al vino, y que hay que seguir religiosamente el protocolo de observar el vino en la copa y hacerlo girar en su interior, oler los aromas del mismo y enunciar cada uno de esos descriptores que se puedan percibir, para luego incorporarlo en la boca y, tras unos segundos de análisis, beberlo y ser feliz. Créame que si usted es una de esas personas, se encuentra equivocada.


Podría decirles que hay dos formas de beber vino, una de las maneras es simplemente "tomarse un vino" y la otra sería degustar o catar un vino. Comenzaré por la última, y esta se refiere al análisis sensorial, y lo más objetivamente posible, del vino, en el cual se debería contar con herramientas óptimas como la copa adecuada, un ambiente con buena iluminación, temperatura controlada y libre de aromas extraños, entre otros factores estandarizados, como el entrenamiento y capacitación teórica del catador, con el fin de examinar las cualidades organolépticas del producto sin preocuparse en el disfrute. Lo que sucede es que por mucho tiempo, la misma industria del vino publicitó erróneamente un status de glamour y elitismo al vino, que muy lejos está de su esencia y nos hizo creer que ese análisis debía trasladarse a la mesa del consumidor.


Ahora, tomarse un vinito solo tiene un objetivo fundamental, que es hacerte feliz, y cada uno es feliz a su manera y gustos. Algunos lo logran tratando de imitar lo enunciado anteriormente, pero otros no, y está perfecta cualquiera de las dos opciones.


Cada cual hace con su vaso o copa de vino lo que más le guste, no hay que mirar la copa ajena y solo preocuparse por la propia; por lo tanto, si a X persona le gusta tomar el vino puro, con soda, con hielo, en una copa, un vaso o en una taza y eso le genera felicidad, ¿por qué decirle que está mal? Cuando sinceramente no lo está, porque atar a esa persona a la hegemonía enófila si simplemente se está tomando un vinito, no lo quiere analizar y describir cual médico forense en una autopsia, él solo busca ser feliz y disfrutar de la más bella, noble y sana de todas las bebidas.


Lamentablemente, en los últimos años, se alejó el vino de la mesa diaria de los argentinos, haciendo caer su consumo a niveles menores a 20 litros per cápita, muy lejos de esos 90 litros que se consumían por persona en Argentina en los años 60; está bien, la calidad era otra, pero el disfrute creo que también.


De chico recuerdo esos multitudinarios asados de domingo en alguna chacra de amigos de mi familia, en los cuales, obviamente, aparte del fogón, la parrilla, la cruz, la guitarra, los eternos partidos de truco y las bochas, había un elemento que destacaba: la damajuana, ese botellón que contenía varios litros del bello vino, que no se bebía en lujosas copas, sino que, todo lo contrario, se bebía en vasos y encima todos distintos, de plástico, vidrio hasta acero inoxidable, ya que cada familia llevaba los suyos, y cada sorbo de vino, a pesar de sus diferentes formas de beberlo, puro con hielo, soda, incluso gaseosa, reflejaba la misma expresión de felicidad en los rostros de los consumidores y las historias, anécdotas, chistes y risas colmaban la tarde.


El vino tiene que volver a formar parte de la mesa diaria de los Argentinos, por algo es nuestra bebida nacional en Argentina, y bien se sabe que una copita de vino al día hace bien, hasta el gran René Favalorolo recomendaba.


Si aún no bebes vino, te invito a que lo descubras y busques el vino que te haga feliz, porque sépalo, hay un vino que lo va a hacer. Escríbeme que te ayudo con la búsqueda. Y si ya tomas vino, tómalo como más te guste, como más placer te genere, porque el vino es eso, es placer en estado líquido.


Salud



 
 
 
  • 19 oct 2023
  • 2 Min. de lectura

19/10/2023 OPINIÓN

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“El que sabe” Ramón Freixa Gourmet



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Estas últimas semanas en Santa Cruz ha sido gastronómicamente hablando muy estresantes, quien decía que Santa Cruz estaba el sector muerto y que había ya demasiada gente, pero parece que con creatividad e imaginación se soluciona todo; los únicos que se quedan varados son los que se cruzan a esperar para que el pacú pique.


Densidad de eventos sociales, profesionales y en restaurantes, y según me comentan todos a full…. ¿Dónde está la famosa crisis de la inflación, las guerras y el clima? En un mundo cambiante, “imaginación al poder“.


Este entramado de eventos van desde el Cheruje de Samaipata, la cena maridaje de Inés España y Manuel castro con los vinos Rolland, los pasos de Camila y Coral, la espectacular cena de pasos de los platos de El Quijote, La Ruta y el Concurso de paellas, el repóquer de paellas del restaurante español “Ñ”, “El Chef soy Yo”, se viene hoy jueves 19 el Maridaje con los vinos del mejor somellier del Mundo Michelle Rolland en 11 Tintos, La cata de AOVE en la Academia del Vino, el famoso paseo gastronómico por “Cheruje” en el parque Scout este fin de semana 21 y 22 de octubre, … y muchos más eventos que me dejo en el tintero.


En lo que se refiere a las aperturas pronto en la sección de SCZgm conoceremos los nuevos locales de Manzana 40, la San Martín, por la Alemana y la Beni, en los aledaños de la ciudad como “El Toro enamorado de la Luna” en Porongo, es un no parar, y dicen ¡Hay crisis ¡ ¡What Crisis¡.


Ya dejemos de lloriqueos, de lamentos bolivianos, de pesimismos sentimentaloides. y todos a arremangarse, en el día a día mejorando nuestros establecimientos gastronómicos, innovando en cocina y cuidando con esmero la sala y a los clientes … o como decía San Josemaría en su libro Camino “¿O crees que por vago y comodón vas a recibir ciencia infusa? *


Además sumamos los caterings que llegan a mansalva a las empresas especializadas del rubro y restaurantes, las grandes marcas internacionales como TAG Heuer, Tramontina, Gladymar, Imcruz, ZNA, Dongfeng …etc aprietan el acelerador antes d entrar en Diciembre y cuando llegue el mes de “Merry Christmas” “Fin de año” y Carnaval … ¡Apaga y vámonos… por eso digo: “Crisis… What Crisis?”


*Texto perteneciente al punto 340 del libro 'Camino' de Josemaría Escrivá de Balaguer

 
 
 
  • 29 ago 2023
  • 4 Min. de lectura

29/08/2023 OPINIÓN


¿Qué va antes? ¿El derecho de un cocinero a definir su propuesta como le venga en gana o el del comensal cliente a decidir qué come y bebé cuando va cualquier restaurante?


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Albert Molins - Periodista



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A veces uno no tiene más remedio que enfrentarse a sus propias contradicciones. Aquí he defendido en más de una ocasión que alguien que regenta un restaurante o un bar no tiene la obligación de estar dispuesto a satisfacer hasta el último de nuestros caprichos. Aunque a nosotros nos pueda parecer de lo más razonable, en ningún lado está escrito -ni siquiera en las normas básicas de la cortesía- que un hostelero deba tener toda y cada una de las leches vegetales que existen, disponer de wifi gratis para los clientes, estar dispuesto a permitir que alguien ocupe una mesa en un bar durante horas a cambio de un café u ofrecer una cantidad apreciable, en su carta, de alternativas para los que no comen carne, por poner algunos ejemplos.


Del mismo modo, a los clientes nos asiste el derecho de pasar de su colita y no ir a ese local que creemos que no nos trata con la suficiente consideración o cuya oferta no nos convence. Ajustándose unos y otros a estos parámetros, la relación restaurador cliente debería ser suave como el “culo de un bebé”. Pero, las cosas nunca son tan fáciles y a veces el bebé se caga.


El otro día, leí que un restaurante -nada más y nada menos- había comunicado su intención de dejar de servir alcohol a los seis clientes a los que atenderá en un único servicio diario, y que se tendrán que conformar con acompañar el menú de 150 euros -que hay que pagar por adelantado- con agua o té. Este establecimiento, que según anuncia en su web, tampoco es apto para celíacos, ni dispone de opciones vegetarianas, ahora tampoco es un buen sitio para los que les gusta beber vino para acompañar la comida. Y deduzco que tampoco se va a permitir que se lo traigan de casa, aquello conocido como descorche.


De entrada, hay que reconocer el valor de tomar una decisión como esta.


Así que me vi a mí mismo tratando de responder a la pregunta de si yo iría a un restaurante en el que no pudiera abrir una botella de vino, que es una pregunta muy distinta de a si me parece bien que un restaurante decida prescindir de las bebidas alcohólicas en su carta. Lo digo porque se puede responder a la primera no y a la segunda sí, y seguir tan ricamente cada cual, con su vida, el restaurante y yo.


Curiosamente o no tan curiosamente, la mayoría de reacciones que he observado estos días al respecto de la decisión del propietario del restaurantes, han estado más centradas en responder primero a la segunda de las preguntas que les planteaba con evidente enfado y negándole la posibilidad a Jiménez de hacer lo que le dé la puta gana con su negocio. Como consecuencia, la respuesta a la primera pregunta era, como se pueden imaginar, proclamar abiertamente su decisión de no pisar jamás ese lugar donde no se tenía en cuenta al cliente. Pero una cosa era consecuencia de la otra, en ningún caso se trataba, como creo que son, de cosas distintas: por un lado, lo que ofrece un restaurante, del otro lo que nos gusta cuando vamos a comer a un restaurante. Si no tienen leche de avena y tú quieres leche de avena con tu café con leche, pues no vayas. Si no te sirven vino con el sushi y tú quieres champagne con el sushi, pues busca un lugar donde puedas beber champagne con el sushi. Solo el tiempo dirá, si desde el punto de vista del negocio la decisión de no servir alcohol es acertada o no.


Otra cosa muy graciosa con todo esto es que se le achaca al dueño, el arrogarse con el poder de decidir si podemos beber o no. Se apela, entonces, a que el cliente cuando va a un restaurante debe tener el poder de decidir qué come y, por supuesto, qué bebe. Que no tiene que venir ningún sonso a decidir por nosotros si bebemos o no, y cuánto y cómo.


No voy a entrar en las razones de Jiménez, porque aunque a mi esa apelación a la espiritualidad de su propuesta y sobre como el alcohol la podría llegar a distorsionar me puedan parecer una castaña, yo sí creo que está en todo su derecho de hacer lo que le venga en gana en su casa. Pero no es menos cierto que aquellos que apelan al poder de decisión del comensal como algo que está por encima del poder del cocinero para decidir qué se come y bebe en su restaurante son los mismos que llevan casi tres décadas zampándose menús degustación y haciendo maridajes en los que no deciden una mierda. Así que ahora no me vengan con historias.


A mi me costará ir a este local gastronómico. En primer lugar, porque vivo lejos del establecimiento y en segundo lugar porque a solo seis clientes y un único servicio diario encontrar una plaza en su barra será más que complicado. Pero sobre todo, porque creo que ustedes se flipan mucho con la gastronomía japonesa, el sushi, el pescado crudo… Un rollo que a mi no me interesa demasiado. Pero miren, si alguien me pregunta ahora mismo por un japo al que me gustaría ir, seguramente diría este. Ni que sea por joderles hasta el final.


Esto ha sido todo.


Fuente: BON VIVEUR LA VANGUARDIA


*Albert Molins Renter es Periodista Lleva más de 25 años trabajando en el periódico La Vanguardia. Es jefe de la sección de Sociedad, desde 2020. Entre ellas la gastronomía, el turismo, la tecnología de consumo o las redes sociales.


(el restaurante al cual se refiere en la nota es KIROSUSHI de Logroño España https://kirosushi.es/ )






 
 
 

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