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CAN RAMONET AUTÉNTICO Y GENUINO

Gastro TOUR 22/01/2025


Mi mamá desde pequeño me llamaba “Ramonet”, y tenía una cuenta pendiente de ir a probar el restaurante que lleva mi nombre; por eso, ni cortos ni perezosos, recién llegados de Israel, quedé con mi hermana, la otra viajera que al día siguiente partiría a los Alpes suizos, para comer en el barrio marinero de la Barceloneta, donde está casualmente “Can Ramonet”. Pues resulta que a ella le había tocado la pedrea de la lotería de Navidad, y la administración de este premio estaba junto a este restaurante de la Ciudad Condal.


La antigua taberna de la Barceloneta junto al mercado es donde antaño los obreros y marineros descansaban con un vermut en la mano y la cuchara de madera en la otra para hincarle a la paella y así reponer fuerzas. Ahora, aquella “Bodega” o Taberna se ha convertido en un lugar de destino obligatorio en Barcelona para disfrutar de la geuina cocina mediterránea.


La historia de Can Ramonet es un viaje a través del tiempo, envuelta en misterio y tradición. Este restaurante, ubicado en la primera casa de la Barceloneta desde 1753, comenzó como un almacén de vinos y una taberna de pescadores y trabajadores de los astilleros.



Desde sus inicios, la familia fundadora entendió la importancia de adaptarse y mantenerse en movimiento. Ramón Ballarín, uno de los primeros propietarios, fue un pionero en el uso del marketing local, utilizando pizarras hechas a mano para anunciar los productos frescos del día, lo que atrajo a los vecinos y convirtió a Can Ramonet en un lugar de encuentro. A lo largo de los años, los descendientes de la familia han expandido su legado con la apertura de nuevos restaurantes.


Arraigado en el corazón de la Barceloneta, ofrece a sus comensales una auténtica, genuina y verdadera cocina marinera a todo el que se acerca a comer. Comer en Can Ramonet es comer despacio, saboreando. Es todo tan bueno que no quieres que se termine, y se está tan bien que uno hace que su ágape sea lo más duradero posible.


Si además le sumamos la atención, delicadeza y genio de sus meseros, como Josep, el trompeta que sirve los platos a notas de este instrumento musical entonado solo con los labios, garganta y lengua, sin el instrumento de latón, este establecimiento se convierte en un ensueño de sabor, atención y tipismo.






Doy fe de todo ello y, al escribir esta crónica, vuelven a mi materia gris los espectaculares sabores que embelesaron a mis papilas gustativas. Lo primero, una picadita sencilla de temporada para que el principal tuviera su lugar físico en la mesa y en el interior.


Un vermut de la tierra, buenísimo, acompañó a las mejores croquetas que he comido en mi vida. Soy fan de las croquetas y, donde voy, hago profesión de fe de ellas. Junto a esta maravilla de croquetas de tinta de sepia y de jamón pata negra, mucho mejores que las del “Manolo” en Madrid, detrás del Congreso de los Diputados, dimos paso a las verduras de la temporada, unas alcachofas salteadas con jamón, de lo más delicioso que he probado y, para más inri, tan saludables.


Cerramos la picada con otra verdura, esta frita, sobre la mesa, un espectáculo verde: los afamados pimientos de Padrón, que son una variedad de pimentón chico de la provincia de La Coruña. Son pequeños, verdes y muy sabrosos. Los pimientos de Padrón, como dice el refrán, “Unos pican y otros no”. Esto se debe a una sustancia que se acumula durante su proceso de maduración: la capsaicina.


De plato principal, como solemos hacer cuando manda el mercado o la mar, pedimos siempre la opinión de la cocina para saber qué productos eran en este día los más frescos y que ofrecían más calidad. Josep salió con una bandeja con varias opciones marineras: desde lubinas, pulpos y merluza.


La lubina fue lo que más bendiciones recibió, así pues, pocos argumentos más podíamos aportar y, dicho y hecho, el detén de la familia de los espáridos fue a la sartén y apareció en mesa con una pinta estupenda, que se comportó como mandan los cánones epicúreos.


En Can Ramonet, los sabores del Mediterráneo se mezclan con la historia, sirviendo platos caseros con los mejores ingredientes locales de cercanía. Ideal para quien busca autenticidad y calidad en un ambiente cálido y acogedor. Desde paellas hasta marisco fresco, cada bocado es un homenaje a la cocina tradicional catalana de proximidad o, como llaman ahora, de kilómetro cero. Tradicionales mediterráneos, perfectos para disfrutar de la auténtica cocina de la Barceloneta. Este establecimiento gastronómico no es recomendable, es obligatorio para que, en su paso por Barcelona, palpe lo auténtico en un restaurante lleno de historia.

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