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  • hace 4 días
  • 4 Min. de lectura

OPINIÓN / SOLO VINO 15/07/2025





Por Tao Platón





Si el vino tiene futuro, y mis hijos no acaban mirando una botella como yo un cenicero, es porque conecta con una generación que exige verdad.


Los jóvenes beben menos vino. Brindemos por ello. Puede sonar frívolo en este 2025 que no está siendo fácil. Llevamos un año en el que el patrón de precipitaciones está ocasionando una intensa presión de enfermedades, varios episodios de granizo y hay aún mucho stock sin vender en demasiadas bodegas. Sufrimos además las amenazas de guerra arancelaria y la presión de leyes anti-alcohol con aumento de impuestos en algunos países. Un ambiente de tormenta perfecta, incertidumbre y miedo. Y en medio de todo esto, los jóvenes beben menos vino… pero no es necesariamente una mala noticia.


Las soluciones propuestas suelen girar en torno a nuevas formas de comunicación, vinos bajos en calorías, vinos bajos en alcohol y cosas similares. No está claro que los jóvenes hayan sido más aficionados al vino en otras épocas. Ni siquiera está claro si está pasando en realidad. El experto en destilados François Monti, en su artículo Los jóvenes ya no beben, muestra mis mismas dudas: “Lo que más me llama la atención es que casi toda la narrativa alrededor del consumo de los jóvenes se basa en… nada”.


Monti analiza en su texto un informe recientemente publicado por Rabobank que aporta matices muy importantes sobre por qué la Generación Z bebe menos alcohol que las generaciones anteriores. Hay que tener en cuenta, a la hora de leer estadísticas, que al menos la mitad de los miembros de la Generación Z no tienen aún edad legal para consumir alcohol. Con este gran matiz, el informe señala que el consumo de la Generación Z se aproximará al de generaciones anteriores a medida que cumplan años y alcancen un nivel de vida similar. El Master of Wine Pedro Ballesteros lleva años señalando el mismo camino, “que dejen a los jóvenes ser jóvenes y ganarse la vida, que al vino ya llegarán”. El citado informe redunda en esta cuestión, los jóvenes gastan un porcentaje de sus ingresos similar al de generaciones anteriores, pero tienen (a día de hoy) menos ingresos.


Honore Comfort, vicepresidenta de Marketing Internacional del Wine Institute en California, ha estudiado los hábitos y motivaciones de consumo de la Generación Z. En conversación con Pauline Vicard en el podcast de Areni Global, señala que el vino nunca ha sido especialmente atractivo para veinteañeros, pero que el interés crece con la edad. Lo relevante, dice, es que esta generación socializa y aprende de forma distinta, y empieza a percibir que las relaciones digitales no son tan satisfactorias como les gustaría. Justamente ese deseo de conexión auténtica es lo que el vino puede ofrecer: “Te sientas con amigos, abres una botella. Es ese momento cara a cara”.


Más allá de las cantidades, parece claro que el momento de consumo está cambiando. No es un consumo habitual, rutinario, no sabemos si en el futuro seguiremos teniendo grupos de txikiteros, de barra en barra tomando vinos durante toda la mañana o si, como parece, el consumo será más deliberado, intencionado y ritual. En nuestra sociedad, el vino ha formado parte de todos los ritos de la vida, la muerte, el amor y la vida después de la muerte. Puede que los rituales modernos donde aparezca el vino no versen ya sobre la vida después de la muerte, pero sí lo harán en los de la conexión humana. Son estos jóvenes, con estos valores, con la inquietud de aprender, viajar, conocer, que consumen de manera consciente, que quieren ser parte de algo auténtico, a los que el vino va a dar la bienvenida.


María Ángeles Quesada, en su libro La Virtud de Pensar, pensamiento crítico para tiempos revueltos, explica que lo más importante a la hora de resolver un problema es hacerse la pregunta adecuada. El sector busca soluciones en el marketing y en nuevos productos para conectar con este nuevo grupo generacional, pero ¿y si la pregunta estuviese mal formulada?


¿Qué pasaría si en realidad los jóvenes nos estuviesen empujando a plantearnos cuál es el papel que queremos que cumpla el vino en la sociedad y cómo queremos que sea el sector del futuro? Hemos vivido décadas en las que priorizamos reestructurar nuestros viñedos para producir más y más barato. Una espiral que ha acabado con un mercado saturado de vino, muchas veces poco atractivo. No fuimos capaces de defender el valor del mundo rural ni la dignidad de nuestros viticultores. Si hay un cambio de paradigma en el consumo, si el consumo va a disminuir, pero va a ser más consciente, aprovechémoslo.

 

Hagamos de este un sector de futuro, sostenible, atractivo, auténtico. Bebamos menos, bebamos mejor. El vino va a seguir siendo relevante si escuchamos lo que los jóvenes nos quieren decir. Elisa Errea, CEO de The Wine Studio y The Human Studio, se posiciona en el mismo sentido: “Tenemos una necesidad real de conectar con valores humanos, y el vino siempre ha estado ligado a ellos”. El vino es una expresión de socialización en un mundo que necesita conectar de nuevo. Brindamos para celebrar, para cerrar tratos, para crear vínculos. Bebiendo vino, compartimos momentos, charlamos, reímos o lloramos juntos. Da placer organoléptico y placer estético. Podemos aprender de geografía, de ciencia, de artesanía, de técnica, de cultura y de historia bebiendo vino. Estos valores los representa el vino de calidad, o en palabras de Pedro Ballesteros, el vino fino, aquel que aporta cultura, identidad y una experiencia que va más allá del consumo.

 

Si el vino tiene futuro, y mis hijos no acaban mirando una botella como yo miro un cenicero, es porque conecta con una generación que exige verdad, autenticidad, conciencia y propósito. Esta es la oportunidad que creo necesita el sector para situarse mirando al futuro y es lo que debemos aprovechar.



  • 23 jun
  • 3 Min. de lectura

OPINIÓN 23/06/2025





By Ramón Freixa





En el mundillo de la gastronomía no todo son los chefs, también debemos gastar tinta con lo que denomino protagonistas. Es decir, aquellas personas que no están frente a los fogones y trabajan en otras estancias del tradicional restaurante, como puede ser el empresario y/o administrador de la empresa gastronómica, marketing u organización interna en todos los aspectos, es decir, el alma de la gastronomía que va más allá del glamour gourmet.


Bien es verdad que algunos chefs a veces desempeñan este papel y se convierten en bicéfalos. Si bien ahora traemos a las páginas de SCZ esta nueva serie, no son los “bicéfalos”, sino protagonistas que no tienen los focos puestos y trabajan muy bien y mucho desde el anonimato.


Comenzamos con Miguel Pascual, chileno de raíces riojanas, que trabaja más que una “mula” y aterrizó en La Paz en 1998 por motivos familiares y comenzó a liarse la manta en la cabeza con todo tipo de negocios hasta que dio con su vocación, dos restaurantes en la capital administrativa boliviana, los bautizó como “Zurracapote” y “Bravísimo”. Este último, después de bregar en el difícil terreno paceño, llegó a Santa Cruz, donde ha triunfado y, como dicen los aficionados a la tauromaquia: “dos orejas, vueltas al ruedo y rabo”.


En Santa Cruz, con Bravísimo, la rompió, puso la cocina italiana a un nivel de autenticidad sin dejarse llevar por las tendencias, la única tendencia es la calidad, el buen gusto y la autenticidad, y los comensales y clientes lo premiaron llenando este restaurante ubicado en la perpendicular de la Monseñor.


Luego “La Condesa”, que al dejar la San Martín se convierte en “Jaleo” en M40, y como Miguel tiene mucho músculo gastronómico y disfruta con su trabajo, siempre está más liado que “la pata de un romano”, y por si fuera poco, a finales de mes abrirá en Green Tower “ZIMO”, un “BRAVÍSIMO” que se come la “BRAVI”, convierte la “S” en Z para darle el nombre de ZIMO, un establecimiento gastronómico de fusión italiano-asiática, algo único en Santa Cruz en esta nueva tendencia y línea culinaria que acaba de crear.


Miguel da trabajo, da sabiduría gastronómica, atención y calidad al cliente. Por eso es un protagonista de SCZgm.


A Miguel le encanta experimentar y, a veces, va más allá de la cocina de autor, con planteamientos que, sin ser su obligación, son su afición, que realmente revolucionan los conceptos de la cocina. No en vano, muchas veces deja la logística, las páginas Excel y la organización para meterse en la cocina.


Miguel es de aquellos que repican las campanas y va a la procesión, y esta es una de sus grandes virtudes: conoce los procesos, los alimentos, la cocina como la palma de su mano, y por eso, lo que sale de sus establecimientos es una apuesta segura a la innovación, calidad y buen hacer gastronómico, cuyo verdadero timón como chef oficial de sus establecimientos lo lleva su hermano.


De esta área culinaria de “remilgos de Chef” de Miguel, comentarles tres pinceladas: cuando abrió “La Condesa”, la primera carta tuvo casi cien platos, cada cual mejor, y doy fe de ello.


Si de paellas hay que hablar, la que él hace es excelente, de las mejores... si bien parece que tiene el mal de ojo del jurado del certamen paellero.


En cuanto a innovación, fascinan sus detalles con lo sencillo, como las papas bravas en forma de churro con una presentación muy novedosa, incluyendo tradición, modernidad y sabor. Podríamos escribir, relatar y describir cientos de platos, ya sean de línea italiana, española y, como viene ahora, de fusión asiático-italiana.


En estos mares revueltos que vivimos socialmente en nuestro país en estos momentos, solo podemos asegurar que los que sobrevivirán solo serán los mejores, y dentro de ellos están los establecimientos como los de Miguel, que, apoyado por su familia y colaboradores, llegó a Santa Cruz con un muy sólido, imaginativo y buen trabajo, y por este camino ha conseguido ser uno de los importantes protagonistas de la gastronomía cruceña.

  • 9 jun
  • 2 Min. de lectura

OPINIÓN 09/06/2025


La paella de “chancho” le da cien mil vueltas a la de mariscos, tal como hemos podido comprobar, certificar y saborear en familia. En esta cocinada que, además de llevar lo que manda los cánones iconoclastas, lleva un sofrito de tomate con su toque jalapeño y una reducción de abundante vino, tenemos un “poquitingo” de todo.


Por lo demás, proceso y cocciones igual que una paella normal, cuidando bien el fuego y los tiempos. Si bien ahora, con la crisis boliviana, carecemos del arroz de la Albufera, le hemos apostado al grano de la tierra, al arroz popular, sabiendo que los tiempos se alargan y hay que echarle el ojo y rectificar de caldo si es necesario.


Así, con proezas culinarias a lo birlibirloque, se ha conseguido un plato que ha levantado pasiones entre los comensales, que han condenado al marisco solo para las bullabesas, parihuela peruana que ahora con el frío entra muy bien.


Para que vean de nuestra transparencia, y que los secretos los hacemos públicos, les dejamos con los ingredientes en esta columna de Opinión. Pues no en vano esta atrevida columna no es noticia ni un gastrotour, es la opinión convertida en paella de lo que fehacientemente hemos comprobado cómo es una buena paella dentro de la herejía paellera.


Si quieren probarla, con una llamada lo solucionamos, ahí va lo que tendremos que comprar en el mercado:


Ingredientes

  • Arroz popular 100 gramos por comensal

  • Aceite de oliva, que no falte

  • Pimentón ahumado de Vera

  • Su toque de sal

  • Ahogado de tomate, su toque picante y sutil corte de cebolla

  • Habas tiernas, lo bueno serían las murcianas, en este caso de la huerta de La Guardia

  • Champiñones para tener una textura blanda

  • Vino tinto Clásico Campos de Solana

  • Ajos, mucho ajo sin pelar, que hierva y quede como mantequilla

  • Pimentón rojo para decorar y verde para freír y trocear

  • Dados de panceta de cerdo

  • Costillitas de chancho

  • Chorizos chuquisaqueños, picantes pero que no pican


Una cosa detrás de otra, paciencia y dos horitas, y ahí la magia de sabor, aroma y textura que ni La Marcelina te hace en la Malvarrosa una Paellanga de este calibre. Y eso sí: viva la Valencia Camba, anarquista, irreverente desde la ortodoxia paellera y revolucionaria independiente del reino del marisco. Una paella de arroz con cosas, pero con cosas de sabor y identidad.


Ramón Freixa Gourmet

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